UNA NOCHE CUALQUIERA
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Muchos años después aún recuerdo aquella noche, como la más fría de ese invierno. Por las calles de la ciudad, el viento del sur soplaba helado y húmedo como la escarcha. Lo esquivé como pude. Me metí por callejones con poca luz. Caminé por aceras destrozadas, brinqué por encima de los socavones y pisé baldosas reventadas hasta llegar a casa de Mirta.
Era miércoles. Cada noche de miércoles nos reuníamos los cinco amigos a cenar. Nada mejor que su domicilio. Con solo dos fuentes colmadas con raciones de pizza, un vino delicado y fresco; su casa por una noche, era nuestro templo.
Vivía en una estrecha y estirada casa, de estilo colonial, junto a la Avd. España. El suelo lo cubrían unas largas pero delgadas placas de madera desgastada. Que ahora, ya eran de un tono gris. La única ventana a nivel de calle estaba en el salón, que mantenía un diseño tradicional, con el techo alto, vigas de madera, y una confortable chimenea cercada, a derecha e izquierda, por varios estantes de color caoba, repletos de libros. Cada vez que alguien iba a la cocina, o subía a la primera planta, o se asomaba al patio trasero, tropezaba con un único escalón que el desatinado arquitecto puso en mitad de aquel pasillo alargado.
Lo más extraño fue, que nadie sabía que aquella noche dos desconocidos, habían sido invitados por Mirta. Llegaron a su casa a primera hora de la mañana.
Mirta a pesar de ser delgada y la más alta del grupo, solo presumía de su cabello rubio natural. Sin embargo, no era inglesa, ni nórdica. Su madre era hija de emigrantes italianos y su padre chileno.
Su abuelo Dante y su abuela Giulia, nacieron en Potenza, a los pies de los Apeninos. El 10 de Septiembre de 1943, dos años antes de terminar la Segunda guerra Mundial, huyeron de su ciudad natal. Desde que inicio la guerra, este lugar se consideró como un valioso objetivo militar. Comenzaron el bombardeo de los aliados el 8 de Septiembre de 1943. Durante once días, y con dureza, prosiguió el ataque aéreo sobre la ciudad. Terminó completamente devastada.
Un joven soldado desconocido, robó de una masería, dos cabras y un viejo y abollado camión para fugarse del país. A cambio de dinero, el soldado, escondió a los padres de Mirta en el remolque. Viajaron entre los dos animales, varios sacos de paja, siete relojes de madera y bronce, ocho candelabros de plata, diez misales y tres imágenes de Santos. Era el botín del saqueo en varias iglesias.
Macharon hacia el puerto más cercano, Salerno. Llegando a la ciudad, por el andén de la carretera, una larga hilera de ancianos, mujeres y niños huían. En el puerto de Salerno los aliados habían desembarcado. La única esperanza era llegar al puerto de Nápoles.
Con veinte y veintidós años, con un futuro más que incierto. Dante y Giulia subieron a la cubierta del barco, junto a cientos de personas, el día catorce. Partieron hacia Buenos Aires.
Con plásticos y mantas se protegían del frío oceánico y del viento en alta mar. De los buscavidas, conspiradores, ladrones, asesinos y violentos, cuando se encontraban en presencia de alguno de ellos, aparentaban estar serenos. En la segunda semana de viaje tomaron la decisión de enseñar a leer y escribir a niños y adultos.
Soportaron cuarenta y tres días a la intemperie y cuarenta y dos noches en la bodega. Durante ese tiempo hubo siete víctimas asesinadas, entre ellas una mujer, dos muertes naturales y por la borda se arrojó un hombre de cuarenta y siete años. El cuerpo no se rescató.
En el amanecer del día cuarenta y cuatro divisaron la costa. El buque de camino a Buenos Aires, atracó en el puerto de Montevideo para repostar. Bajaron por la pasarela cogidos de la mano, con lágrimas en los ojos y el corazón trastornado.
Las calles del puerto olían a grasa, pescado y café. El suelo embarrado ponía en serios apuros a todo el mundo. Los hombres y mujeres del interior cruzaban por las calles colindantes. Los caballos criollos tiraban de los carros cargados hasta los topes.
Sus cosechas y las carnes de sus animales las vendían en el mercado del puerto. Montaban los puestos con tablas de madera en el suelo. Sobre ellas el pescado fresco: la pescadilla, el pez espada, el calamar, la brótola. De igual manera eran los puestos de carne, dejaban sobre las tablas los costillares enteros, entrañas amontonadas, trozos de ternasco, pollos y patos degollados. Las cosechas del campo abundaban. Por todos los rincones se veían: nabos, zapatillos, maíz, morrones rojos y amarillos. Con ellos se llenaban los capazos de mimbre. También asomaban dentro de los sacos de esparto. Hileras de sacos llenos o a medio llenar, atiborraban el mercado. Parecían columnas enanas que surgían de un suelo oscuro, mojado y arcilloso.
El abuelo Dante miró a un hombre que estaba de espaldas subido a su carreta. Aunque parecía algo mayor, descargaba él solo los sacos de abasto. Luego los acomodaba uno al lado del otro. Así, uno a uno, levantaba su puesto.
Sin pensarlo se acercó y le dijo:
—Signore. Ha lavoro per me.
El hombre soltó un bufido. No entendió nada de lo que dijo. Aun así no apartó sus ojos de él.
Dante no se amedrento. Se arrimó a la carreta. Se quitó la chaqueta. Sobre la travesaña, la dejó doblada. Colocó el pie izquierdo sobre el estribo del carro y de un salto se subió. Con ofuscación y firmeza bajó saco tras saco hasta que quedó vacío. El de nabos lo apiló sobre el de maíz. Los dos sacos de cebollas y los dos de boniatos los colocó uno al lado del otro. El de remolacha lo dejó junto al de zapatillos. Luego los dos capazos de mimbre uno con manzanas rojas y otro con durazno, con ellos aliviar el espacio y dejaba que los colores conquistaran. Junto a ellos extendió en el suelo un saco de esparto como una alfombra. Sobre él extendió un fardo de acelgas. Terminó en el otro extremo con medio saco de berenjenas.
Mientras tanto Nelson perplejo y Giulia aturdida lo miraban en silencio. Una vez acabó, se arremangó el bajo de la camisa. Bajo el pecho, llevaba una pequeña bolsa de tela negra atada al cuerpo. Dentro llevaba el poco dinero que les quedaba y la documentación. Sacó su visado. Con mano serena se lo entregó al dueño del puesto.
—Signore, le mie credenziali
—De verdad, llámame Nelson.
Miró el pliego y fácilmente leyó:
Nome e Cognome: Dante xxxxx
Paese di origine: Potenza
Nazione: Italia
Data di nascita:
Sesso: maschile
Stato Civile: Sposato con Giulia
Nelson era un hombre de sesenta y cinco años de edad. Viudo desde los cuarenta y ocho años, sin hijos. En su rostro moreno y seco como la sal, se podía leer la dureza de la vida. Tendió su mano grande y áspera y dijo:>> No tengo brazos que laboren mi chacra salvo los míos Ni tiempo para vender mi cosecha<<. Allí mismo comenzó sus nuevas vidas.
Se establecieron en una casa pequeña en la ciudad de Mercedes, en el departamento de Soriano. A solo doscientos metros de la ribera del Rio Negro. La pequeña cocina, la sala, las dos habitaciones y el tejado de plancha, era igual al resto de las casas de la zona. Pero al contrario que las demás, está tenía el baño dentro.
Trabajaban las tierras de Nelson. 12 hectáreas de cultivo entre soja y cebada. Una hectárea de árboles frutales. Por un estrecho canal excavado en la tierra, les llevaba el agua de regadío del mismo Río Negro. 3 vacas, 2 cerdas de crianza y 4 gallinas ponederas que daban 4 huevos diarios. Fue todo lo que se encontraron Dante y Giulia.
A los catorce meses de afincarse nació Valeria la única hija. Ese año terminó la Segunda Guerra Mundial.
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En Abril de 1960 a los 81 años de edad falleció Nelson. Valeria era ya una joven de quince años. Sus padres decidieron irse a la ciudad para que su hija tuviera mayor oportunidad de formarse y de encontrar trabajo. Vendieron los animales y todo lo que no podían llevarse con ellos. Ese mismo año una vez Valeria termino las clases marcharon a la ciudad de Montevideo. Con los ahorros montaron y regentaron un pequeño restaurante de nombre: "Pizzería Genaro" en honor a su patrón. Servían buena carne uruguaya y también alguna que otra pizza. Pronto dejaron la carne a la parrilla y los chorizos criollos. Se consagraron a la pizza. La elevaron a manjar culinario. De sus hornos salían las mejores pizzas del Cono Sur.
Valeria trabajó en el restaurante de sus padres allí fue a parar su futuro marido un argentino tres años mayor que ella, dicharachero y resultón. De esta relación nació a los dos años de casados Ivana, de piel morena y cabellos negros como su madre. Y dieciocho meses después nació Mirta, rubia como la paja. Lo heredó de un antepasado. (hecho descriptivo del antepasado)
DESCRIPCIÓN DE PERSONAJES
Ella era la hija menor, y al contrario que su hermana que se inclinó por la medicina, ella prefirió estudiar la psicología. Salvo en la universidad nunca supimos de la existencia de algún hombre en su vida. Hoy en día había pasado la cuarentena y seguía soltera. Aunque en muchas ocasiones intentamos arreglarle alguna cita que otra, siempre las rechazó. Aseguraba que no podía cargar con nada que no fuera su trabajo.
A Sheila, en cambio le costaba seguir el ritmo, desde que enviudó dejó de ser tan animosa. Por otro lado, compaginaba los turnos como médico en el hospital, con la dedicación de hija única de una madre enferma y exigente que le restaba el poco tiempo libre que tenía. Agotada, nos llamaba todos los miércoles con voz cansada para decir que no acudiría. Pero Álvaro, siempre estaba dispuesto a no dejarla flojear, y le decía >> Sheí cariño, sal a la puerta de tu casa, en cinco minutos tu taxi estará allí, súbete, él te traerá aquí<<. Nadie ponía resistencia al temperamento carismático y tranquilo de Álvaro. Es la única persona que conozco que siempre ha tenido la suerte de cara. Cursaba su tercer año de Ingeniería Industrial, cuando falleció una tía segunda, prima de su abuela, de la que heredó una empresa de productos químicos y farmacéuticos. En cuestión de un año vendió la empresa, las patentes, se casó y se separó sin hijos. Al día de hoy todavía nos recalca que nació con buenaventura para vivir con: >> cero estreses<<.
Susa tenía diecisiete años cuando Sheí pasó junto a su mesa en un bar. En su camino tropezó con la pata de una silla. Del impulso rebotó contra la mesa, la tambaleó, y en una fracción de segundo el vaso de refresco cayó sobre la minifalda de Susa. Ella se levantó como si se acabara de despertar y le dijo: >>Es la primera vez que me baño con burbujas. <<. Sheí que esperaba un grito de cabreo, por un instante titubeo, pero se dio cuenta de que aquella joven tenía un encanto especial; poseía un gran control sobre sus emociones y quiso estar a su altura y respondió con el mismo agrado: >>A mí me vendría bien un baño como ese. ¿Pido otra cola? <<. Las dos se rieron a carcajadas. Salieron de allí juntas, fascinadas la una por la otra, y al día de hoy todavía son inseparables.
Esperé en la puerta a que me abrieran y al entrar mi primer impulso fue ir directa a la chimenea. La humedad ya me había calado todos los huesos, tenía el cuerpo encogido, las manos rígidas y los pies insensibles por el frío. Una vez frente a las fuertes llamas, sus chasquidos rápidamente me relajaron y todo mi cuerpo empezó a entrar en calor; salvo mis pies.
Noté como Sheí después de cerrar de golpe la puerta se acercó por detrás. Siempre amable me ofreció mi primera copa de vino blanco de la noche.
—Llegas la última.
—Lo sé, vengo andando. ¿Hace tiempo que tienes preparada mi copa?
—Un rato, quería ser la primera en darte el nuevo bombazo —ladeó la cabeza mientras se pasaba la mano por su boca, en tono bajo, añadió—. Mirta, tiene novio.
—¿Es una broma? —
—Nada de eso— rió confiada—. Es un hombre moreno, alto y fuerte de unos cincuenta y tantos. Es un ganadero y viticultor del interior. Sus familias se conocen desde siempre. Debió surgir hace poco Cupido entre ellos, aunque no creo que esto llegue muy lejos — siguió—. Se llama Walter. Está aquí, llegó ayer junto con su hermano Fabián. Cenarán con nosotros. Mirta anda metida en la cocina con ellos.
No pude disimular mi asombro. Álvaro, no nos apartó su vista ni un instante. Fumaba con calma sentado en el sofá y su increíble mirada pícara, no la supe descifrar. Debió leerme el pensamiento porque al instante se acercó.
—Shei, ¿Se lo has contado?
— Le acabo de poner al día. Este nuevo amorío da mucho de qué hablar. Aunque pronto habrá acabado.
—No eso no, sino lo otro …
—¿Qué hay que contar? pregunté curiosa
—Ya hablaremos más tarde — respondió Sheila.
—Shei, como eres médico siempre estás incomoda hablando de estas cosas—de repente Álvaro se dirigió a mi—. El otro, el hermano, que también está ahí dentro en la cocina, ese hombre, la verdad, está mal de la chaveta. Hace menos de un año abandonó a su familia, y como no tenía a donde ir se fue a vivir con su hermano Walter; el novio. Una mañana de madrugada salió de la casa con la excusa de ir al rio a pescar. No regresó. Su hermano al tercer día pensando lo peor, salió en su busca. Dicen que se pateó la orilla del rio hasta que la noche se cerró. No abandonó su búsqueda y regresó temprano a la mañana siguiente. Pero no fue hasta el atardecer que llegó por carreteras embarradas a la zona del rio en La Paz que paró a un motorista. Preguntó si habían visto por aquellos márgenes un pescador furtivo, su hermano. El hombre le respondió que hacía dos noches un hombre se intentó quitar la vida cerca de ahí. Unos jornaleros que regresaban a casa oyeron un disparo. Pararon. Sin pensarlo se adentraron entre los juncos, matorrales y las dunas. Allí encontraron el cuerpo de un hombre, que a pesar de sus graves heridas parecía no estar muerto. Lo metieron en la camioneta para acercarlo al hospital— siguió hablando—. Elmotorista, en un acto de compasión le comentó:>>Si es su hermano, ha tenido usted suerte. Aquí vienen muchos desgraciados a quitarse la vida o a quitarla a alguien. En la desembocadura de este rio de La Plata, entre el agua turbia de color marrón, la gran cantidad de sedimentos, las plantas acuáticas y las corrientes por las mareas del Océano, nunca se recupera ningún cuerpo<<.
—Y ahora está aquí — afirme desconcertada ante la gravedad de la historia.
Asintió con la cabeza y suspiró.
— El muy bestia, quedó muy grave, muy mal parado. Pasó siete meses en el hospital. Ahora estará unos días en la ciudad. A parte de sus consultas médicas y de psiquiatría, le esperan varios juicios por borracheras, peleas y también robos. ¡Vaya pendejos que andan por este mundo!
Por lo visto ninguno de los dos conoce la ciudad. Mirta será su guía por unos días.
Susa, después de dos caminatas por aquel interminable pasillo, yendo y viniendo de la cocina al salón con platos, cubiertos y salsa. Pasó revista a la mesa. De nuevo hizo el recorrido una tercera vez acarreando las pizzas.
Pero la imagen de Mirta y sus amigos al entrar por la puerta del salón, no me la quise perder. Ella mantenía una expresión natural en su cara. Walter parecía sonreír para relajar la tensión. El rostro de Fabián no lo vi. Su cabeza gacha apuntaba directa a los pies. Por unos instantes me sentí incomoda. Intuí que algo raro pasaba.
Entre nosotros tres fue un momento incomodo hasta que Susa en su cuarta cruzada a la cocina llegó con la pizza de queso y anchoas, el aroma que desprendió nos hizo remover a todos y cada uno ocupó su silla.
Después de aquel ajetreo, Sheí, Susa y yo nos apelotonamos unas con otras sentadas alrededor de la mesa redonda. Muy dispuestas a no abrir la conversación. Sheí muy seria, miraba fijamente a Álvaro que sentado junto a ella apoyaba un codo sobre la mesa mientras con la mano bajo su barbilla parecía sostener su cabeza. Los dos invitados un poco intimidados custodiaban por un lado y por otro a Mirta.
Susa volvió su cabeza hacia mí y con un tono de preocupación me dijo:
—A veces no estamos listos para ir hacia donde hay que ir. Pero nos empeñamos en seguir, y nos equivocamos de trayecto... Luego todo se complica.
— ¿A qué viene eso, Susa?
—Pronto lo sabrás.
Álvaro con afán y pasión, al igual que en un ritual, abrió las dos botellas de vino tinto y sirvió las copas.
Sin embargo, este inicio que debió ser la llave para abrir la velada de la noche, no funcionó. El vino sobre la mesa no apartó el vacío que nos envolvía aquella noche. No lográbamos conectar con fluidez.
Los dos hermanos no se miraron en ningún momento. Como si uno adivinase el pensamiento del otro.
Fabián que seguía mirando al suelo, restregaba sus manos en un movimiento sin fin. Parecía nervioso, aunque lo intentaba frenar para lograr estar sereno.
Mientras él carraspeó para comenzar a hablar, su hermano Walter bajó su cabeza avergonzado.
Y habló temeroso:
>> Tengo que decirles algo importante que deseo contar. Les pido permiso <<.
Esa voz que caía por su pecho no tenía un timbre normal y capturó nuestra atención:
>> Ustedes están viendo mi cara destrozada. Es el resultado de haber fallado cuando quise quitarme la vida<<.
El silencio se hizo más insoportable. Entonces hizo un leve movimiento; alzó su cara. Me es imposible describir la sensación que como un golpe seco tambaleó mi cerebro. Ni tampoco la velocidad del escalofrío que recorrió mi cuerpo. Mi sistema nervioso al ver su rostro, se bloqueó.
Al otro lado de la mesa el hombre flaco de cuarenta y pocos años su rostro, era un amasijo de carne. El dolor y el sufrimiento debían ser insoportables para aquel hombre endeble y enfermo. Tenía una fuerte rigidez en el cuello que le impedía hacer cualquier movimiento involuntario. Sin el tabique nasal y sin fosas nasales, su nariz reconstruida era un trozo de cartílago y piel que no sobresalía de la cara. A la oreja izquierda le faltaba un trozo de la curva del cartílago y el lóbulo entero. En la mandíbula inferior reconstruida con capas de tejido grisáceos, todos los bordes estaban tensos y negros. Los rodeaban algunos pedazos de piel espesa en tono rosa y unos pequeños nichos en color cereza. Mezcladas entre ellas surgían como pequeñas islas, las zonas ilesas. De ellas asomaba un negro vello facial.
Comenzó a toser, medio se ahogaba, respiraba con dificultad por su diminuta nariz. Se detenía con regularidad a tomar aire por la boca. Estaba nervioso pero decidido a llegar hasta el final de la conversación.
Sus labios se habían borrado completamente. La reconstruyeron con su propia piel que le quitaron de la espalda. Los cirujanos plásticos extrajeron una capa gruesa y uniforme para con ella construir y dar forma a los labios. Conectando arterias y vasos sanguíneos con el injerto. Su aspecto era repulsivo e impedía detenerse a observarlo. Entre aquellas capas de piel inflamada y deformada, resaltaban unos dientes excesivamente blancos.
Podía abrir y cerrar la boca, su pómulo derecho junto a su ojo derecho era lo más humano e intacto. No era asimétrico al derecho. El ojo izquierdo sin ceja y con el blanco del ojo lleno de sangre te obligaba a retroceder. Su pómulo izquierdo sufría una fuerte agresión, debió pasar por múltiples operaciones. Algunas no habían cicatrizado todavía. Se podía diferenciar el color más rosado y falto de sangre, con otras zonas en rojo carne. Las recubría una fina película transparente muy estirada a punto de quebrarse. Pero cerca de la boca tenía un pedazo de piel injertada, estaba cubierto de un color similar al polvo. Parecía no andar bien.
Sus facciones reconstruidas alarmaban por la poca humanidad que desprendían, no mostraban expresión alguna.
Algo le pasaba en el paladar, las palabras salían con dificulta, con un tono nasal, pero le entendíamos bien.
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