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viernes, 4 de marzo de 2022

UNA NOCHE CUALQUIERA



 

INICIO – UBICACIÓN        

 

Era un miércoles de invierno que nos acogía en su noche fría a un puñado de amigos con la promesa de una agradable cena.  Como cada noche de miércoles nos dejamos llevar por el ajetreo de saludos, reencuentros, y por un no sé qué que nos unía.  

                                                                                                                       

Aquel día lluvioso de invierno amenazaba con ser uno de los más fríos y grises que había conocido. Cuando llegué a casa Mirta atravesando callejones con poca luz y aceras desconchadas, la humedad ya había calado todos mis huesos. Una vez dentro no me quité el abrigo.  Directa me dirigí a la chimenea. Las llamas se agitaban con tanto ánimo que los chasquidos me relajaron. Su calidez pronto me hizo entrar en calor.  

 

Como cada noche de miércoles nos reuníamos los cinco amigos a disfrutar de una agradable cena en su casa. Sin embargo, en aquella velada se iba a destapar un silencio tan aterrador que me iba a marcar el resto de mi existencia.  

 

 

 

PERSONAJES – SITUACIÓN  

 

Ellos dos se acercaron sin apenas darnos cuenta. Alguien dijo que eran hermanos. Dos hombres recios de mediana edad, llegaron, entraron y se sentaron.  Y en ese momento, en aquel gran espacio, el silencio se oyó con fuerza. 

Nuestros ojos danzaron extraños entre cruces de miradas en busca de quién de nosotros brindó la invitación.  

 

Al instante se me acercó por detrás Sheila. Me ofreció mi primera copa de vino blanco de la noche.  

—Llegas la última, te estaba esperando.  

—Me he dado cuenta. ¿Cuánto tiempo tienes preparada mi copa?  

—Un rato, quería ser la primera en darte el nuevo bombazo —ladeó la cabeza mientras se pasaba la mano por su boca, en tono bajo, añadió—. Mirta, tiene novio nuevo. 

— ¿Quién es? — pregunte con ánimo fuerte. 

—Un hombre recio de mediana edad. Es del interior. Se conocen desde siempre. Hace poco surgió Cupido entre ellos — siguió—.  Se llama Walter. Está aquí, llegó ayer acompañado de su hermano Diego. Cenarán con nosotros. Mirta anda metida en la cocina con ellos. 

 

No pude disimular mi asombro. Mateo, el único amigo varón entre damas, hacía rato que nos observaba. Algo debió notar en mi cara porque al instante se acercó a nosotras. 

—Shei, ¿Ya se lo has contado? —preguntó Mateo 

—¿Qué hay que contar? pregunté curiosa 

—Ya hablaremos más tarde — respondió Sheila. 

—Shei como es médico está incomoda hablando de estas cosas.  El hermano, el que está ahí dentro en la cocina, ese hombre está mal de la chaveta —comentó Mateo—. Hace menos de un año abandonó a su familia. Luego se fue a vivir con su hermano Walter. Una mañana salió temprano de la casa con la excusa de irse al rio a pescar. No regresó. Su hermano pensando lo peor, al cabo de tres o cuatro días salió en su busca. Dicen que se pateó la orilla del rio hasta que la noche se cerró. No abandonó su búsqueda y regresó a la mañana siguiente. Pero no fue hasta que llegó a la zona de rio en La Paz que paró a un motorista y preguntó por un pescador furtivo, su hermano. El hombre le respondió que hacía dos noches un hombre se intentó quitar la vida cerca de ahí. Unos jornaleros que regresaban a casa oyeron un disparo. Pararon. Sin pensarlo se adentraron entre los juncos y las dunas.  Allí encontraron el cuerpo de un hombre, que a pesar de sus graves heridas parecía no estar muerto. Lo metieron en el carro para acercarlo al hospital— siguió, acaparando la atención. — El muy bestia, quedó grave y mal parado. Pasó muchos meses en el hospital. Ahora estará unos días en la ciudad. A parte de sus consultas médicas y de psicriatía, le esperan varios juicios por borracheras, peleas y robos. Por lo visto no conocen la ciudad. Nuestra amiga va a ser su guía por unos días. 

¡Vaya pendejos que andan por este mundo! 

 

La imagen saliendo Mirta y sus amigos de la cocina atrajo mi atención. Ella mantenía una expresión natural en su cara. Walter parecía sonreír para relajar la tensión.  El rostro de Diego no lo vi. Su cabeza gacha apuntaba a los pies. Por unos instantes me sentí incomoda. Intuí que algo raro pasaba. 

 

Susa, que hasta ese momento entraba y salía de la cocina colocando sobre la mesa del salón platos y cubiertos. Acababa de dejar las pizzas. Nos removimos todos, y cada uno ocupó su silla. Ahora Susa estaba sentada frente a mí.  

 

—A veces no estamos listos para ir hacia donde hay que ir. Equivocamos el trayecto — comentó Susa volviéndose hacia mí. 

—¿A qué viene eso, Sú?

—Pronto lo sabrás. 

 

 

TRAMA – DESARROLLO 

 

Pasó solo un minuto de aquella noche cuando él, con la cabeza y frente gacha habló con voz firme y entrecortada:   "Tengo que decirles algo importante que deseo contar, y les pido permiso". 

Las miradas de extrañeza seguían su danza. Todas menos una, los ojos de su hermano apuntaba impasible como una fría lanza más allá del adoquinado suelo. 

 

 

Los dos hermanos no se miraron en ningún momento. Como si uno adivinase el pensamiento del otro.  

Mientras Diego carraspeaba para comenzar a hablar, su hermano Walter bajó su cabeza avergonzado.  

 

Diego parecía nervioso, aunque se esforzaba por mantenerse sereno. Y habló temeroso: 

>> Tengo que decirles algo importante que deseo contar. y Les pido permiso<<.

 

Su voz la oí caer por su pecho hasta tocar la tierra, pero al instante con un leve movimiento alzó su cara.  

Fue entonces cuando vi en su mirada alumbrar el negro oscuro de sus ojos. Un negro mate, un negro infinito, como solo la tierra dura es capaz de crear. Pero fue su rostro desfigurado y frio lo que bajó mi cabeza.

 

 

Su voz capturó nuestra atención: retumbó y dijo:

>>Ustedes están viendo mi cara destrozada.  Es el resultado de haber fallado cuando quise quitarme la vida.

En ese momento toda respiración se cortó. Y sobre mi piel fría cayó el calor que desprendió la lámpara del techo.   

 

El silencio que se hizo fue absoluto. Nadie dijo una sola palabra. Entonces hizo un leve movimiento y alzó su cara. Me es imposible describir la sensación que me apresó. Ni tampoco la velocidad del escalofrío que recorrió mi cuerpo. 

 

En aquel hombre flaco de cuarenta y pocos años, su rostro era un amasijo de carne. Los injertos de piel dibujaban y sostenían como una estructura, lo que ahora era su labio superior. Sin tabique nasal su nariz reconstruida no sobresalía de la cara. El pómulo derecho debió sufrir una fuerte agresión o estaba pendiente de alguna cirugía más, no era asimétrico al izquierdo. Algo le pasaba en el paladar, las palabras salían con dificultad. Sus facciones reconstruidas no mostraban expresión alguna.  

 

 

>>Hace años, tenía esposa y dos hijos. Un varón y una mujer. Todos viven hoy en día.

Di mucha miseria a los tres.  Llevan escrito es su piel mis cicatrices. Ella sostenía la casa, también la familia mientras yo gritaba entre vapores de alcohol. No había nada que me hiciera parar ni nadie que me hiciera razonar. <<

>>Ellos crecieron, yo me hice pequeño. Me quedé en la calle como uno más de los que ustedes ven. Un día desperté. Llegué a ver que no había nada en esta mísera realidad que yo quisiera. Cogí un arma, aquí es muy fácil obtener una. ¡No podía más! <<

>>En un acto de lucidez. Tal vez ustedes no lo entiendan así; créanme fue un momento de cordura. Me puse el arma debajo de la cara con la firme intención de apartarme de vivir.

Así lo hice, disparé para no volver a abrir mis ojos, pero erré el tiro. Él me arrancó un trozo de mi cara, aunque me dejó vivo.

Son muchas las operaciones que me han devuelto el aspecto que ven, pues quedé bien desfigurado. Con el tiempo aprendí de nuevo a hablar, a respirar, a masticar, a vivir. Los médicos han hecho un gran trabajo conmigo. <<

 

>>Les tengo que decir, que esa bala me devolvió la dicha que no tenía. Hizo que aprendiera a cambiar la mirada, para acatar mi propia conducta. Créanme cuando les digo que doy las gracias por aquel día. Yo vivía en un infierno; esa bala fue lo único que me arranco de él. <<     

 

>>Todavía hoy en día no encuentro mi propia absolución. No alcanzo a perdonarme todo el daño que infligí.

Hoy tras haber pedido tantos perdones como caudal lleva ese gran río. Mi hijo está a bien conmigo. Mi hija le cuesta más, está fría y distante, no se lo reprocho, tiene sus razones. Yo le quebré a golpes su piel y envenené con mi maldición toda su infancia.

Intentó esbozar una sonrisa y siguió >>A pesar de todo… saben ustedes…, a veces quedamos mi ex­-pareja y yo para pasear por la orilla del río y tomar algo. <<

 

DESENLACE 

Entonces fue cuando vi asomar a sus ojos un brillo de cristal. Y esbozó una ligera sonrisa con lo que un día fueron sus labios.  

La noche siguió y cumplió su promesa de vida. Impacientes, decididos y con alegría todos juntos nos sumergimos a disfrutar de ella 

Después de eso, todas las voces y los cuerpos empezaron a moverse.  

Miré a Susa. 

— Ahora entiendo tu comentario —seguí—. Es trabajoso estar listos. 

—Sí, lo es. Se necesita actitud, aptitud y resistencia.  

—La cara y la cruz de una misma moneda endemoniada. Uno, saca cara y decide no seguir con su vida. Otro, saca cruz y decide matar a su esposa. Despertarse todos los días con este tipo de moneda es un precio alto a pagar. Ambos trayectos llevan a la desesperación y a la muerte.  

—Existen muchas noches y días oscuros. No son broma. Se trata de tener las menos posibles. — añadió Susa. 

Mateo introdujo más leña en la chimenea. El fuego se avivó. Aquel renovado calor junto a la rica pizza nos sacó unas suaves sonrisas. Todos, sin pensar en nada más, nos sumergimos de lleno en la cena.  

De pronto sonó el timbre con prisa. Mirta fue rápida a abrir la puerta. Desde el salón apenas pude oír un leve murmullo. Ella tardaba en regresar, algún sujeto le importunaba. De pronto unos hombres uniformados y armados entraron en el salón. El que sujetaba en sus manos un rifle se quedó en la puerta mirándonos a todos. Los otros tres, de sopetón, fueron directos a Diego. Le ordenaron con actitud y con tono severo levantarse de la silla. Luego tiraron sus brazos atrás, mientras uno de ellos le decía: >>Queda usted detenido<<. Lo esposaron.  

Una helada sensación me invadió todo el cuerpo. Me quedé fría y paralizada. El aire no llegaba hasta mis pulmones. Me atragante con mi propia saliva.  

—¿Qué sucede? —gritó Mateo, el único que articuló palabra. 

Entretanto a Walter le corrían las lágrimas por la piel, aunque no se movió de la silla. 

El policía de mayor edad giró su cuerpo hacia Walter. Se llevo la mano a la sien y se presentó como Teniente Oficial de la Policía. Walter inmutable, solo cerró con fuerza los ojos.  

Sin más, con un "Buenas noches" salieron uno tras otro con el arrestado.  

Sentí mi corazón latir con desesperación. No entendía nada de lo que acababa de observar. El poco vino que quedaba en mi copa lo tiré y la llené de agua. Por encima de todo aquello debía de mantener mi razón.  

Tras la primera confusión llegó la segunda. Walter habló: 

>>Fui yo quién lo denunció. Su pareja no pudo hacerlo. Ella estaba rota por dentro y llena de heridas abiertas en su cuerpo. Aquella cobardía aplastante que le paralizaba cada vez que quiso entrar a la Jefatura, no era tal…, ni era duda…, ni renuncia, ni abandono, ni dejadez. Era terror.   

Mi hermano no solo destrozó el cuerpo y el alma de una buena mujer, sino también la de sus hijos. Llegué a temer por la supervivencia de cada uno de ellos.   

Un día llegó a mi casa borracho. Lleno de ira. Tenía sangre en las manos de la paliza que les dio. Allí dentro con él, me ahogaba con su aire. Salí a la calle. Me senté bajo el árbol a respirar. Mi mente en shock no podía pensar. Sentía el horror de esa madre y sus hijos en mi propio cuerpo. Me levante. Como un zombi mis pies me dejaron frente a la Comisaría de policía. Describí con claridad todos los hechos ocurridos durante años. Firmé la denuncia contra mi hermano. 

Pero no paré ahí. Todas las semanas durante muchos meses antes de que él intentara el suicidio, me dirigía a la Comisaria. Ponía denuncia tras denuncia a la espera de que la pesadilla de mis sobrinos y su madre acabase. Así fue como el Oficial Nelson que acaban de conocer y yo, nos hicimos amigos.  

La justicia es lenta. Algunas veces lo detenían para que pasara la borrachera. Luego volvía a estar en la calle. De nada servían mis acusaciones. Pero con este intento de suicidio, la Ley le ha declarado individuo peligroso. Como si antes de eso no lo hubiese sido… ¡Hay que joderse!... Ahora con la orden de detención, llamé al teniente. Con ayuda de Mirta, y aunque sin saberlo, también con la de todos ustedes, preparamos su detención.  

Me siento muerto por dentro — siguió—. Sin embargo, intento pensar que, a partir de hoy, mis sobrinos van a disfrutar de sus días y de sus noches de forma sencilla. Libres, como todo joven se debiera sentir. No sé si mañana me acosaran los remordimientos o la culpa. Hoy no los tengo. Mi hermano, ese gallito, poco a poco nos mató a todos.  

 Fue de regreso a casa, con el viento frío en contra y acurrucada sobre mí misma, cuando sentí el impulso de mirar a lo alto. Miré por encima del vapor de luz de las farolas. Allí donde empieza la más cerrada oscuridad. Entonces caí en la cuenta: la tierra acababa de completar su giro diario sobre ella misma; en ese veloz ajetreo de rotación, alguien esta vez no se perdió. el destino de una familia cambió. 

  

Carmen. 

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