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domingo, 20 de marzo de 2022

                                               Celia García Mendieta 9/04/2021

INTRODUCCIÓN

La vieja mecedora gruñe con cada vaivén en la esquina del amplio comedor. La señora Gracia repasa las puntadas del bordado que tiene entre manos para el próximo tapete del recibidor. Apenas entra luz por la ventana, se dispone a recoger para evitar malgastar su experimentada vista. Se acomoda en la mesa arropando sus piernas con el calor del brasero. Utiliza una pequeña libreta donde empieza a anotar su lista de tareas.

Tengo prisa, tengo muchas cosas por terminar y no sé si me dará tiempo.

“Voy a organizarme de nuevo: si bajo al horno a por el pan de buena mañana evito hacer cola a las nueve; de ahí puedo salir a caminar una horita hasta que abra la pescadería...así tengo arreglo para mediodía y noche. He quedado con la modista sobre las once, ya tiene listos los pantalones. También necesito pasarme por la paquetería a comprar un sostén.Tengo que hacerlo todo por la mañana, sino por la tarde mi nieto llegará a casa y no tendré la merienda preparada. ¡Ay! ¡Qué divinidad verlo cada tarde! Es como volver a los años que me tocó criar y no tuve tiempo para dedicarles a los míos.

Qué suerte poder estar. Qué suerte poder sentir esto que mi marido, en paz descanse, no puede vivir. Lo bonito de esta vida es sin duda, eso, vivir. Vivir cada momento y agradecer cada minuto estar aquí.

Mis piernas, cada vez más pesadas, luchan cada día por llegar. No quiero parar, me niego a descansar. Y es que si no termino el día agotada es como si no hubiera aprovechado el tiempo. Yo quisiera ser de las que se sienta en el parque a observar los pájaros y no me pesara dejar escapar los minutos sin hacer nada. ¿Pero cómo pueden estar ahí quietas sin inmutarse? ¡La cantidad de cosas que puedo dejar hechas en esa mañana que pasan sentadas como estatuas!”

CUERPO

¡Ding-dong! —Suena el timbre.

¿Quién será?, son las ocho de la tarde, voy a ver.

—Madre, soy yo, Berta, abra por favor. —Mi hija al otro lado de la puerta.

—Hija, ¿qué haces aquí? —contesto sorprendida mientras abro la puerta.

—Pasa cariño... —Berta adentrando a la casa a su hijo Marcos con ayuda de unas muletas.

—¡Ay! Marcos querido, ¿qué te ha ocurrido? —Me alarmo al verlo con la pierna escayolada.

—¡Nada abuela! Jugando a fútbol, un amigo me empujó y caí fuera del campo, ¡mira!¡Me han escayolado hasta arriba!¡Ahora todos mis amigos podrán llenarme la pierna de dibujos y firmas!—me explica muy alegre mi nieto.

—¡Vaya amigo! No si... aún estarás contento, ¿no? —refunfuña.

—Madre he de dejarlo aquí, sino por la mañana no tendré tiempo de llevarlo a la escuela, te dejo su uniforme, pijama, y cosas de aseo en la mochila —me explica mi hija.

—¿Y ya está? —replica molesta.

—¿Cómo que "y ya está"? Se ha roto la pierna, por la mañana necesitaría levantarme media hora antes para poder llegar a tiempo al cole. Aquí estás a 2 minutos del cole, no te dará tanta faena—me explica dándole toda importancia a su argumento.  

—No me dará tanta faena, ¿no?, la que te has quitado tú de encima...¡ay!, si es que no sé como os he enseñado que tenéis en cuenta vuestras necesidades. ¿Acaso me has preguntado si tengo algo que hacer mañana?—responde muy enfadada.

—¡Venga ya, madre! Tampoco tendrás que fichar por recoger el pan a tu hora...—replica en tono burlón. Bueno, entra a las nueve, si necesitas algo me llamas —termina la conversación más amable.

Me da un beso y se va. Sin más. ¡Ten hijos para esto! Vuelvo al comedor a ver a mi nieto.

—Bueno hijo, imagino que tampoco habrás cenado, ¿verdad?

—No, mamá tenía prisa por traerme antes que se hiciera de noche —respondió cabizbajo.

—Mmm..., pues, hoy toca hervido, si hubiera sabido que venías podría haber comprado algún filete de carne, pero haciendo las cosas como las hace tu madre, poca previsión puedo hacer...

—No te preocupes abuela, lo que me hagas me lo comeré a gusto—me interrumpe restando importancia al asunto.

—Qué diferente eres a tu madre, Marcos. Ella siempre me reprochaba lo que le preparaba...—reflexiono en voz alta.

—Abuela, mamá no es tan mala, pero trabaja mucho y casi no tiene tiempo. Siempre está estresada. ¡"Prisa"!, siempre tiene prisa. Pero  vamos y te ayudo a preparar la cena. —Justifica a su madre mientras me resuena en la cabeza "la prisa" que me urge siempre...

—Déjalo hijo, quédate en el sofá no sea que caigas de nuevo y tengamos que escayolar las dos piernas.—Le invito a quedarse en el comedor.

 

 

La luz del sol se deja ver a través de la persiana, no me hace falta despertador a estas alturas. Desde bien niña que empecé a trabajar ya nos poníamos todos en pie antes del alba. Mi hermana Carmen, la mayor, era la primera en vestirse y encender la cocina. Ana y yo éramos más pequeñas y algo más remolonas, nos dedicábamos a preparar la mesa, fregar tras las comidas y recoger los huevos de las gallinas de nuestro corral después de arreglar el resto de animales.

Madre, que en paz descanse, y Carmen se encargaban de preparar las comidas, hacer la colada y bajar al pueblo a comprar. Mientras, mi hermano Juan y mi difunto padre pastaban con el ganado. Durante la trashumancia no estaban en casa, así que del corral nos encargábamos nosotras. Pasábamos muchos meses solas sin ellos, pero cuando llegaban, madre arreglaba la casa. Preparaba los mejores guisos y cocidos para ellos. "Deben alimentarse bien" decía siempre con una sonrisa tan humilde como era ella.

—¡Abuela!, ¿estás despierta? Necesito ir al aseo—mi nieto me reclama antes de ponerme en pie.

—Voy hijo, voy...

Entro en su habitación y le ayudo a incorporarse, el pobre con 8 añitos es todo un hombrecito que pone de su parte por no molestar, pero ¿a quién no le impide valerse por sí mismo una pierna escayolada?

—Vamos, te ayudo—Le acompaño al cuarto de baño y voy a por su neceser.

—Marcos, querido, aquí tienes tu neceser. Mientras te lavas la cara y te peinas voy al horno a por pan para tu almuerzo y algo que acompañe el desayuno. —Le doy un beso antes de irme.

Narrador describe espera frente al horno: (cambiar texto, persona)

Vaya, hay algo de cola en el horno, esperaré. La suerte de vivir en esta casa es que tengo cerca todo lo que necesito, el horno, la pescadería, la farmacia y el colegio de mi nieto (que ya lo fue de mis hijos) a la vuelta de la manzana. Mi marido y yo hemos pasado la vida buscando lo mejor para nuestros hijos. Cuando conseguimos esta casa nos pareció lo mejor para ellos. Pero cuando crecieron y se fueron independizando, cada uno se fue en busca de otras cosas que nunca hubiéramos imaginado serían de su agrado. Mi hijo Carlos decidió compartir piso con dos compañeros de la universidad en la ciudad, y una vez se licenció prefirió quedarse en la ciudad. Consiguió trabajo en un despacho de abogados y conoció a Emma. Una vez conocen la ciudad, ya no vuelven...me quedaba la esperanza de tener a Berta cerca. Y bueno no es que esté lejos pero se buscó una casa a las afueras del pueblo y sin coche no puedes llegar. Vaya, que si no vienen a verme no tengo a nadie más.

—¿La última? —pregunta una vecina.

—Yo misma señora—le contesto rápidamente.

A ver si no me hacen esperar mucho más y le preparo el bocadillo mientras el chico desayuna.”

—¡Siguiente! —reclama la chica del horno.

—¡Yo! Buenos días, póngame una barra de pan casera, una bolsita con seis croissants y dos magdalenas, por favor. No me ponga bolsa que llevo mi saco —le pido algo apresurada.

—Buenos días señora Gracia, de acuerdo. ¿Qué tal, cómo se encuentra? —me pregunta agradable la chica.

—Bien gracias, dígame, ¿cuánto es?, es que hoy tengo un poco de prisa. —No llevo intención de darle conversación hoy.

—Muy bien, serán dos euros con ochenta.

—Ahí tiene hija, tenga buen díame despido sin más.

—Gracias, igualmente a usted —me responde un poco molesta, pero hoy no es el día.

 

DESENLACE

Narrador describe la escena: cambiar tiempo, persona:

Abro la puerta y Marcos ya está en el comedor vestido, esperándome. Le dejo los croissants en la mesa y le caliento un vaso de leche. Mientras desayuna voy preparándole un bocadillo de atún con olivas. Este niño es una maravilla comiendo, todo le parece bien. Me siento a su lado con mi café con leche, sin azúcar, a mi edad debo prescindir de ella.

—Abuela, ¿estás enfadada? —irrumpe muy decidido mi nieto.

—¿Cómo? ¿Yo, enfadada? ¿Por qué dices eso? —

—Porque os escuché anoche a ti y a mamá. ¿No te parece bien que esté aquí verdad? —Su semblante parecía más triste a cada palabra que pronunciaba.

—No, querido. No es eso. No me parece mal, al contrario, mejor que aquí no vas a estar en ningún sitio. Me encanta tenerte en casa, si fuera por mí, vendrías cada tarde a merendar conmigo después de la escuela —le hablo con cariño.

—¡Pero sólo puedo venir martes y jueves que no tengo futbol, abuela! —me reprocha.

—Ya, ya lo sé. Tú ven cuando quieras. El problema es que parece que tu madre no quiera venir más a verme. Desde que os fuisteis a la casa no puedo veros fuera de lo que son vuestros horarios. Parece que me racione las visitas esta hija mía, y si me avisa bien, pero lo normal es que me entere que venís por el timbre, como anoche. Por eso me enfadé, tiene la costumbre de pensar que estoy disponible para cualquier cosa sin preguntarme. ¿Sabes una cosa hijo? Soy mayor y ya no trabajo, pero a mi edad nos buscamos distracciones, cosas que hacer y mantener el tiempo ocupado para no dejarlo escapar.

—¿Qué quieres decir con dejarlo escapar? —me pregunta curioso el muchacho.

—Mira cariño...Cuando llegas a una edad, el tiempo parece ser un demonio que te persigue. No lo ves, ni lo escuchas. Pero cada minuto que pasa es un minuto menos que puedo aprovechar. Tu abuelo decía "El dinero se va y viene, pero el tiempo ido no vuelve". El tiempo que pasé con él fue duro por la época que tuvimos que vivir, pero superamos muchos problemas juntos. Tuvimos dos hijos y por suerte te tengo a ti. Siempre quisimos vivir de manera honrada y humilde. Trabajamos desde niños para daros un porvenir a las generaciones posteriores. Llegados hasta aquí parece que sólo queda esperar lo que nadie quiere mencionar. Tu abuelo ya se fue, y cuando quedé viuda aún me obsesioné más por ocupar mi tiempo, estando él podía estar pendiente de él, preparar comida para dos, renegarle a cada cosa que hacía mal...y nos reíamos. Nos reíamos muchísimo juntos.

—Abuela, en diez minutos entro al cole, ¿nos vamos? —De nuevo el tiempo, en voz de mi nieto, apremiaba.

—Claro hijo, vamos. —Me seco una lágrima que quiere asomar al recordarlo y salimos.

Narrador describe la escena: cambiar persona, describir el final.

En la puerta del colegio le doy un beso que me hizo revivir cuando dejaba a Carlos y a Berta. Cada instante que guardas en la memoria con cariño retorna cuando menos te lo esperas. Le sonrío, y él me devuelve esa sonrisa tan dulce que casi me hipnotiza de felicidad. Una vez entran todos los niños, me doy media vuelta y quiero dirigirme a algún lugar para hacer algo, pero no se me ocurre mejor lugar que ese banco que hay en el parque.                                           

1 comentario:

  1. Debes de intentar cambiar los verbos de las descripciones, o de las voces del narrador. Así habrá una clara diferencia entre lo que es narración y los pensamientos de la protagonista.

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