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lunes, 21 de marzo de 2022

SEMBLANZA DE UN HOMBRE ENTRAÑABLE




Han pasado ya nueve años desde que te fuiste, permíteme que te tutee, te tengo el mismo respeto que te he tenido hablándote de usted en toda tu longeva vida, pero ahora me resulta más cómodo el tuteo.


Me vienen a la memoria, tus enseñanzas en un medio hostil de dureza y dificultades; cuando tuve que salir de la escuela con gran dolor para ti, tú no podías hacer todo el trabajo y había que ayudarte, pero hacías los trabajos más duros y me dejabas los más livianos.


Aprendí contigo -el mejor maestro- los trabajos agrícolas: segar los cereales, atar los haces de mies etc. Tengo en mi retina el pulgar encallecido de tu mano izquierda, de sujetar el nudo áspero del ataero para, sentado en el haz y tirando del otro extremo, apretarlo, una labor que siempre te encargaban, por la maestría y perfección al hacerlo. Mientras tanto los segaores, con el manijero haciendo corte, unos metros por delante de los demás; si alguien sabía cantar, lo iba haciendo para que resultara más ameno el duro trabajo.


Cuando terminaba la siega, empezaba el acarreo, tú subido en el carro y colocando los haces que yo te iba dando, pinchados por horca de hierro, que después transportábamos a la era y haciendo hacina se secaban para posteriormente trillar. En esta última labor los trillaores siempre éramos los niños; una vez trillado, se aventaba cuando se movía el aire, aventadoras que por una parte salían las granzas, por otra parte, la paja y por la parte delantera: el trigo, cebada, centeno, avena, etc.


Por último, el envasado de los cereales limpios en costales de lona, llevarlo a los silos y guardar la paja en pajares para cama y complemento de alimento de animales. Continué el aprendizaje contigo en el ciclo siguiente. En la agricultura de secano, por lo general de la tierra se hacen dos hojas y se van sembrando alternativamente una u otra; una se va preparando a lo largo del año arándola varias veces.


Cada vez recibe un nombre: alzar, binar, terciar... Cuando se siembra la hoja previamente preparada, se inicia con el abonado; en unas medidas calculadas llamadas melgas, de aproximadamente ocho o diez metros de ancho; el cálculo de ir tirando el abono y la simiente entre la ida y la vuelta con la mano abierta, del terreno que se va a sembrar; estas melgas se marcan de un modo rudimentario, con piedras del mismo campo o terrones. Alternativamente como era el caso, estando los dos, se abría besana y se iba enterrando la simiente con el arao.


En tiempos de otoño avanzado, el olor y el vaho que exhala la tierra, hace sentir sensaciones de gran bienestar y plenitud, pensando en la fertilidad que vendrá. Siempre que recuerdo estas faenas, me vienen a la memoria los versos de un fandango: "Con dos mulas estirando / en una besana larga, / el sol arriba quemando / y un gañán que aprieta y manda / así, se escribe el fandango. Recuerdo tus olores a honrada ropa sudada, tus manos fuertes, ásperas y encallecidas, que, al removerme el pelo, lo sentía como la caricia más tierna. Cuando venías del campo, siempre te registraba la escusa de la merienda se llamaba así y solías traer unas humildes bellotas, y otras, había suerte y traías una cría de liebre o un pichón de paloma torcaz, que alimentábamos hasta hacerse grandes.




Has sido un ejemplo de honradez, de amor por la familia; por el trabajo bien hecho; por el respeto y tolerancia con los que no piensan igual. Por tu bonhomía tendré que esforzarme mucho para poder estar a tu altura. Así como por tu comportamiento y relación con los demás, que me será muy difícilde alcanzar.


Tus frases, tu escepticismo y campechanía, te hacían ser bien aceptado en todos los ambientes y con todo tipos de personas; con los conocidos y cuando había confianza, al saludarte con los buenos días, tu contestación era: “¿A la noche lo veremos!”; si te preguntaban ¿va a llover? la contestación era más filosófica: “Si no llueve, será la sequía más grande que se ha conocio”; para dar ánimos a personas delicadas, decías: “cuídate, ten en cuenta, que eres el más cercano de tu familia”, y tantas otras.


Tu postura ante catástrofes naturales, de niños hambrientos o de injusticias sociales, te acordabas de los versos de Manuel Alcántara que me habías oído leer; los encontrabas oportunos: “No digo que sí o que no / digo que si Dios existe / no tiene perdón de Dios”. Sin entender de contradicciones u otras figuras literarias, los creías apropiados a las circunstancias.


Una ilusión no cumplida, era que alguien pudiera llevar tu nombre; algo de suma dificultad en tiempos en que solía bautizar a los niños con nombres extranjeros. Cuando mi hijo nació, te tuve que decir, de la forma lo más suave posible para que no te doliera: —A mi no me importaría llamarme Crisóstomo; pero le vamos a llamar Álvaro, porque si le pongo Crisóstomo, con ese nombre encima... el niño no crece. Tu aceptación fue con estas escuetas palabras: —No, si ya.


Tu nombre lo llevabas con una enorme satisfacción, cuando lo decías en algún sitio y por lo poco usual, te lo hacían repetir, les decías: —No si es que habrá escrito usted pocos como ese.


A estas alturas, se habrá comprendido que esta persona entrañable e irreemplazable, es, era... MI PADRE.



Juan Antonio del Campo Muñoz.

Burjassot, 21 de septiembre de 2017

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