Pocas lecciones son tan magistrales como la de los huesos, ellos son los
elementos de la naturaleza que la evolución y la función han modelado a
lo largo de miles de años para un perfecto funcionamiento, que encima
posean un carácter estético tan enriquecedor resultaba maravilloso. Un
pequeño arco, un hueco, una concavidad o una superficie redondeada
conlleva la intención de lo que realmente está hecho para un uso
determinado… Una belleza inherente, tranquila y a su vez, apabullante.
En mi estudio—allá por los años 80— la mano izquierda posaba repetidas veces hasta
convencerme de que ya no le quedaban posturas; un espejo me resolvió el
problema de plasmar la mano derecha, pues estaba cansado de ver siempre
el pulgar en el mismo lado. La incontenible armonía de los volúmenes de
un cráneo humano, o los enlaces de líneas y curvas del fémur me hicieron
comprender definitivamente a Henri Moore.
Combinar elementos
como las arcadas, las columnas y los agujeros, con las curvas, líneas y
concavidades de muchos huesos (humanos o no) es, al fin y al cabo
pasearse por el mismo bosque: todos los árboles son diferentes, pero el
conjunto de unidad resulta siempre espectacular.
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